Mi nombre es Zisudra


Para que vean ustedes que soy consciente de que hasta ahora no he hecho más que darles la vara con El Rey del Mundo, que es novela terminada y lista para impresión, paso ahora a relatarles uno de los capitulillos de lo que será mi segunda novela, que abundará en burradas y dislates, eso está claro, siendo uno como es, pero que ahondará aún más que la primera en la crítica del funcionariado y del Estado omnipresente. Su título, por ahora, es un misterio. Su argumento principal, las desdichas y desvaríos de una sociedad secreta subversiva que pretende acabar con el supremo imperio neobabilónico. Pero no vayan a creer que es novela histórica, no. Es una Babilonia de ahora, o sea, de nunca, fíjense, como una distopía general, cuántica, claro está, de un tiempo no acontecido y un lugar sin emplazamiento alguno, pero que es como el que tenemos, igualmente lleno de mandamases y de gentuza cuya única misión es manejar la vida de la gente. Ahí va, es cortito. La foto de arriba es de un señor holandés que se llama Ewout Huibers. Pueden ver algunas más por el estilo en https://www.ewout.tv/225444251/de-blauwe-babylon. Para flipar, se lo digo en serio.

"Mi nombre es Zisudra. A menudo lo olvido y creo ser otro, un astronauta o un contable. Pero entonces siento el peso de la carreta y observo mis sandalias, raídas y empolvadas, y a mi dedo gordo saliendo de un agujero, con su uña negra, y vuelvo a ser yo, Zisudra, el repartidor. Hoy ando bien cargado. Un geómetra de Borsippa me contrató para llevarle a su cuñado Baltazar un centenar de tablillas. Ya veo allá el Etemenanki arañando las nubes grises y las murallas y los jardines que cuelgan y la puerta sagrada de Ishtar. Dirijo hacia ella las ruedas, trazando dos surcos en la tierra. Soy Zisudra, o quizá no. Mis huellas son un tronco tumbado. Los guardias están entretenidos en el exacto cumplimiento de sus obligaciones. Ordenan a los transeúntes en dos filas, les miran, les palpan las ropas exigiendo declaración jurada de sus motivos. A uno lo separan de la fila, le dan una patada, le obligan a sentarse en el suelo y a que espere, le dicen, hasta que llegue el oficial de aduanas. Por encima, a ambos lados de las columnas polícromas de Ishtar, dos enormes lamasus extienden sus alas de águila. Me uno a la fila derecha, la de los extranjeros, detrás de un señor barbudo. 

Se acerca un guardia, mira la carreta, me arrea un guantazo. Que le responda, dice. “No he escuchado la pregunta”, apunto con un susurro, bajando la vista. “No hay pregunta”, afirma, “¿acaso no te has enterado de las nuevas ordenanzas?” El barbudo se vuelve con gesto de burla o de comedido desprecio, chistando, meneando la cabeza, y piensa, o eso me imagino, que si todos imitaran mi actitud el imperio se disgregaría, que qué afán de llevar la contraria, de ignorar el buen funcionamiento de la ley. Agarro las asas de la carreta. Las agito, intentando demostrar así que soy Zisudra, el repartidor, y que tengo un encargo importante. “El señor Baltazar me espera en su oficina”. Viene otro guardia y me zarandea, riendo. Que resuelva un acertijo, quiere. “Es más grande que un zigurat, está pegada a él pero no pesa nada, ¿qué es?” Mientras lo pienso llega un funcionario con un sombrero verde y picudo, acompañado por otro que parece ser su secretario. Los guardias se ponen firmes y le saludan con una mano abierta. Señalan al extranjero que está sentado junto a la puerta. “Ese dice que viene desde Nippur”. El alto funcionario le mira, le pide al secretario una tablilla fresca y comienza a grabar con un punzón de madera. “Más grande que un zigurat…” El barbudo me señala, “guardias, este tipo está hablando solo”. Esconde el funcionario la tablilla, se acerca a la carreta, examina su contenido, me mira. No espero a su pregunta, ahora conozco la ley. “Su sombra”, le digo. Y asiente, como extasiado ante el vuelo rasante de un dragón mušhuššu, con sus cuernos y su lengua bífida de serpiente. “Que pase este”. Y, agradecido, arrastro mi carreta entre las columnas y veo ante mí el palacio de Darío y el harén real y los toldos de los comercios y la gran Avenida de Marduk. 

El edificio de Baltazar se encuentra en el barrio de Kadingirra, al este, junto a la Ciudad Nueva. Al atravesar el puente de Enlil veo las aguas oscuras del Éufrates, que arrastran basuras y boñigas flotantes. Brilla al fondo un edificio de cristal de siete plantas. Son los juzgados de Babilonia. Frente a ellos, sobre una estrecha torre de piedra de menor altura, hay un cartel luminoso: “Baltazar & Cía, geómetras”. Me detengo ante la puerta. Sale el portero, que lleva un uniforme militar lleno de condecoraciones y una gorra negra de plástico. Me saluda. “El señor Baltazar le está esperando, pase”. Y me conduce hasta un ascensor de malaquita, ambicioso, moderno, y abre las puertas y sube conmigo y aprieta un botón brillante de color azul".      

Comentarios

  1. Esto promete, Paco.
    Lo de la gorra negra de plástico 'ma matao'😂😂

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    1. Gracias, Wences, a ver si acabo ya con la puta promoción de la otra y puedo sentarme a escribir...

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