LA PRESENTACIÓN EN EL MUSEO DE L'IBER



"Paco Miñarro (Valencia, 1964) presentó en el museo de L'Iber su ópera prima, El Rey del Mundo, una comedia divina y subversiva que oculta una mordaz crítica del poder".

Con ese subtítulo, "Vida y desgracias de Homer A. Tomlinson", ya puede intuirse que la novela se enmarca en un género picaresco, absurdo y delirante. Bueno, ya puedo intuirlo yo, que sé de qué va la cosa esta. Ustedes, de momento, todavía no. Aquí, en el patio del Iber, estuve desgranando mis influencias, o sea, todo ese barullo de lecturas y remembranzas literarias que al fin y al cabo conforman un estilo propio y también una disparatada visión del mundo. Hablé de John Kennedy Toole, de Jorge Luis Borges, de Robert Anton Wilson, de Tom Sharpe, Edward Abbey y Hunter S. Thompson. Y también, cómo no, de Lovecraft (que es personaje secundario en el engendro), o de Franz Kafka, a quien dedico un discreto homenaje, en especial en un par de capítulos ambientados en una siniestra oficina bancaria en la ciudad de Zürich y protagonizados por un contable caído en desgracia. .

De todo este aparente caos surge una imaginería de lo absurdo, una sátira permanente que toma como substrato la vida de un predicador chalado y megalómano para abordar una crítica social y dibujar un cuadro tremendamente humano, a pesar de, o gracias a, la imparable aparición de personajes idiotas: una secretaria que cree ser una paloma, un guardia suizo convertido en estatua de sal, un agente secreto del Vaticano que aspira a jubilarse en Florida o un viejo inmortal, calvo y barbudo, que fue obispo hace siglos en la lejana región de Armórica. Los Estados Unidos, la cultura yanquee como escenario, no es más que un pretexto para presentar una sociedad corrompida, artificial y en constante mutación. No en vano insisto en que se trata de la "puta novela del siglo". Y ello por lo siguiente: en cada una de las tramas que la componen se oculta, como en un cripto-manuscrito esotérico, alguno de los grandes temas clásicos de la literatura. Y es por ello que un buen amigo la calificó de "comedia divina", invirtiendo así los términos de la obra cumbre de Dante. Como en ella, existen varios niveles de lectura. Queda a la imaginación y el afán de los lectores descubrirlos. Advierto: hay una multiplicidad de claves escondidas, de intertextualidades más o menos evidentes. Y no, no aspiro a ser el "Fedeli d'amore" del siglo XXI. Miñarro, o sea, yo, es, soy, un tanto fantasma, sin duda. Y retorcidamente presumido. Pero ello simplemente se debe a que amo el engendro en cuya elaboración me sumergí durante un par de años o tres.

En cuanto a la definición de "realismo histérico", no será en vano dedicarle algunas líneas. El término no lo he inventado yo, sino un crítico inglés llamado James Wood, a principios de los noventa. Empleó ese calificativo, pretendidamente obsceno y peyorativo, contra la joven autora Zadie Smith. Quiso así menospreciar una corriente literaria -el "postmodernismo recherché"- en la que detectaba la concepción contemporánea de una novela "grande y ambiciosa", abocada al contraste entre una prosa declaradamente absurda y una detallada investigación de estilo periodístico. Wood criticó el género como un intento de "convertir la ficción en una teoría social". Pero lo hizo bajo el prejuicio de la post-modernidad, que no es, ni más ni menos, que una metafísica de la imbecibilidad.

Paso de decir más al respecto. Ese tal Wood debió ser un tipo muy aburrido. Pero quise apropiarme de la denigrante catalogación. El Rey del Mundo es, en efecto, la expresión más reciente y acabada del realismo histérico. También es una epopeya "hermética, distópica, psicótica y magnética", eso estoy harto de decirlo. Ahora es asunto de los lectores repetirlo, y si de algo sirve el vídeo ese de ahí arriba me sentiré contento y satisfecho.









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