LA BESTIA DEL PERELLONET


Soy la Bestia del Perellonet. Mi melena blanca se agita al viento cuando paseo por la orilla oriental de la Albufera. De mi cuello cuelga una sarta de anguilas, negras, aceitosas, retorciéndose a cada paso que doy, meneando sus cabezas dentadas y enroscando sus colas como látigos bajo mi enorme barba de profeta. Sobre mis hombros se arrastran docenas de caracoles y en el ojal luzco la flor de una alcachofa. Llevo en los bolsillos unas cuantas bolsas de colorante alimentario, porque ya no está la cosa como para echarle azafrán a nada. Y también guindillas, muchas guindillas secas, cientos de ellas, miles, tantas que, cuando paseo por el embarcadero, voy dejando un reguero de ellas. Mi traje es negro y está ajado y lleno de polvo. Atadas con cintas, de mis rodillas cuelgan ristras de ajos morados, y en mi sombrero de paja vive una colonia de saltamontes.



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